31 de agosto a las 13:58
Vengo del centro de salud. El viernes nos impactó un rayo en una tormenta eléctrica, recibí una pequeña descarga y me he quedado con el oído izquierdo tocado. Me he encontrado con una cola de 25 personas.
Me he enterado que, en plena pandemia, han decidido recortar los servicios y cerrar el turno de tarde, en uno de los barrios de mayor incidencia covid19. En la cola había un hombre con fiebre alta que suplicaba que le viera un médico solo para tener la baja médica, porque si no le despedían; un señor con su mujer en paliativos en casa que llevaba un mes sin ninguna visita ni llamada médica, una chica con una mordedura de perro en la cara que esperaba pacientemente apretando la herida con un hielo; un señor que se ha quitado la mascarilla para hablarnos y que cuando le hemos pedido que por favor no se la quite primero se ha enfadado y luego casi rompe a llorar «es que con mascarilla no puedo hablar».
Por supuesto me he ido solo con la promesa de que me llamarán. He tenido ganas de llorar pero sobre todo de romperlo todo. A la mierda mi oído (no debe ser grave y me da igual) pero sobre todo a la mierda la Dama de las Pizzas: que todo el vudú popular le envenene hasta el aliento.