La pieza aborda el problema de hacer visible la memoria de un centro social de tanta trascendencia para Lavapiés, en un espacio diáfano de más de 2500 m2.
El espacio en sí no es tampoco neutro. La antigua plaza de Agustín Lara, transformada de espacio estancial, vividero, en atrio para una dotación pública, insignia del primer gran intento gentrificador del barrio.
El pigmento rojo manganeso seleccionado para la intenvención se relaciona dialecticamente con el adoquín portugues, material utilizado por el aquitecto para resignificar la plaza como «arquitectura de prestigio».
Cada adoquín colocado en la plaza cuesta en sí mismo tanto como el kilo de pigmento utilizado para la totalidad de la intervención. El pigmento se fija a la tierra humedecida previamente, alojandose en los espacios intersticiales de la retícula de piedra importada.
Dos planos de memoria entran en conflicto a través de los dos materiales: de un lado la impronta vívida, fructífera, de un proyecto social construido y participado y del otro la convención espacial de la institución.
Alrededor de 500 personas atendieron a la celebración en la plaza y acompañaron el desarrollo del juicio, del que salieron absueltas las cinco personas.